Ricardo Burgos Orozco
Durante mis años como reportero de la “fuente” política tuve la oportunidad de conocer a varios dirigentes del Partido Revolucionario Institucional cuando era el todo poderoso, que arrasaba en las elecciones, en muchas ocasiones no de manera limpia, sino con todos los trucos que le permitía la impunidad de aquel entonces porque los ganadores de los comicios se resolvían en el gobierno, aliado, o mejor dicho socio, del PRI. Esperemos que esos tiempos no se repitan ahora con el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Me tocó unos meses con Carlos Sansores Pérez como líder priista –papá de Layda Sansores --. Un tipo de trato afable, muy político, pero duro en las negociaciones partidistas y de poder. Gustavo Carbajal Moreno llegó inmediatamente después. Estuvo en el cargo casi dos años previo a las transiciones de la sucesión; le cedió el liderazgo a un hombre férreo de origen castrense, Javier García Paniagua. A él le tocó el destape de Miguel de la Madrid formalmente hablando porque por primera en la historia se dio con un escueto comunicado de prensa.
En octubre de 1981, ya con los acomodos de poder, Pedro Ojeda Paullada sustituyó a García Paniagua. Ojeda Paullada venía de ser secretario del Trabajo y Previsión Social. Un personaje de aspecto informal y decían, bueno para la bebida. Se mantuvo en la dirigencia hasta el 2 de diciembre de 1982 cuando el ya presidente Miguel de la Madrid lo nombró secretario de Pesca. Llegó después al PRI Adolfo Lugo Verduzco, hidalguense acusado de cacique, que dejó el cargo en 1986 para convertirse en gobernador de su tierra.
No conocí personalmente a ningún otro líder priista. Si acaso al sucesor de Lugo Verduzco, Jorge de la Vega Domínguez, pero cuando fue secretario de Comercio en el sexenio de López Portillo. Dicen los allegados de De la Vega Domínguez que era un hombre serio, profesional, dedicado a su trabajo.
Al actual presidente del PRI, Alejandro Moreno Toscano no lo conozco personalmente, no me ha tocado topármelo, pero leo diario sobre lo que está haciendo en el PRI de ahora. Se acabó el poderío de este partido desde hace años; va en un desplome acelerado, pero el llamado “Alito” no se ha dado cuenta y cree que puede seguir con actitudes déspotas y autoritarias; lo peor es que en lugar de sumar, ha dividido a la poca militancia de todos los niveles.
El colmo es que Moreno Toscano reformó los estatutos de su partido para extender su dirigencia hasta que concluya el proceso electoral de 2024. Originalmente debía permanecer en el cargo hasta el 18 de agosto de 2023. Alargar su mandato provocó un repudio casi generalizado al interior, aunque el Instituto Nacional Electoral le dio para atrás a esa decisión. A ver en qué termina.
Alejandro Moreno no se ha dado cuenta, pero es un activo negativo para el PRI, es decir, lo que en una empresa significa una disminución del valor del patrimonio. “Alito” es un impresentable líder del PRI y mientras continúe, los bonos del partido ex todopoderoso van a seguir bajando. El colmo es que el dirigente ni siquiera se ha dado cuenta de ello y persiste en su afán de querer ejercer como dictador absoluto.
Los asesores de Alejandro Moreno deben sacarlo de la fantasía en la que sigue viviendo, por su propia salud mental y política y la mínima rentabilidad con la que todavía cuenta el PRI.
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